domingo, 25 de abril de 2010

Límites


Una señora se queja en la playa porque la pelotita con la que jugaba un nene le pegó en la milanesa que estaba por devorarse y pensó “me tiene harta este pendejo sin límites”


En las salas de profesores es habitual escuchar quejas sobre la falta de límites que tienen los adolescentes y sobre el pobre rol que ejercen sus padres.


En el colectivo escucho a dos señoras mayores clamar porque en el asiento de adelante se besan desaforadamente dos jóvenes que ni perciben a estas dos mujeres que, además de dejar en claro que esto antes no pasaba, se preguntan mirando al cielo, quién les pondrá un límite.


De estos tres ejemplos fui testigo y, por ser jóvenes los protagonistas, puedo suponer que crecerán y cambiarán de actitud. Los novatos en la vida, no los adultos. Los mayores sin límites ya no tienen remedio y es de ellos de los que hay que cuidarse, no de los besos apasionados en un colectivo.


Para decirlo claro: Francisco De Narváez es colombiano y por ello no puede presentarse a elecciones para presidente porque la Constitución Nacional así lo expresa: "Para ser elegido Presidente o vicepresidente de la Nación, se requiere haber nacido en el territorio argentino, o ser hijo de ciudadano nativo, habiendo nacido en país extranjero" y el famoso colorado con tatuajes no cumple con ninguna de las dos opciones.


Pero como lo demuestra la foto su intención es ir generando en la gente una necesidad de su figura en el máximo cargo ejecutivo. Pero no nos dejemos engañar, un hombre sin límites es un hombre peligroso pero un millonario sin límites es un voraz desmedido.


Podemos quejarnos de lo que queramos, como en los tres ejemplos anteriores, pero no podemos ser indiferentes y permisivos frente a la ilegalidad

domingo, 18 de abril de 2010

Manos por hermanos

Un buen lugar donde acercarse..........


sábado, 10 de abril de 2010

Una buena noticia


Ya les he hablado de la Fundación Cruzada Patagónica, hoy quiero compartir con ustedes una gran noticia. Lo que sigue es el testimonio de Carlos Llaytuqueo -alumno del Centro Educativo Integral San Ignacio (está ubicado en el Valle de Sancabao, en el km 10,5 de la Ruta Provincial nº 61, que va de Junín de los Andes hacia el lago Huechulaufquen y el volcán Lanín)- que viajó a la India para presentar su proyecto “Turbina Hidráulica”, por el cual permitió a una familia rural generar energía eléctrica a partir de una vertiente de agua.

Junto con su compañero Lucas Donini construyeron la turbina y presentaron el proyecto a Ashoka, que los seleccionó para presentarlo en el evento Tech for Society que se realizó en Hyderabad, India.

Estos reconocimientos y experiencias nos llenan de orgullo y motivación para seguir ofreciendo oportunidades de desarrollo a los jóvenes de la Patagonia, y queremos hacerlos extensivos a todos ustedes, nos comentan desde la Fundación


viernes, 2 de abril de 2010

Desnudo

El escritor GUILLERMO SACCOMANNO escribió este breve relato en el diario argentino Página/12 el 16/8/1997. En él cuenta los problemas de un ex combatiente para reinsertarse en la vida normal luego de la triste experiencia de Malvinas.


Vaya esta narración como homenaje a todos esos argentinos que dieron la vida por nosotros para los que volvieron de ese infierno y fueron relegados al olvido colectivo. Para finalizar León Gieco acompañándonos como en cada momento importante de nuestra vida



Después de quince años, Alberto vuelve a ponerse una camisa, una corbata, un traje y zapatos casi nuevos. El uniforme de pedir trabajo, piensa mirándose en el espejo mientras Lili, su mujer, le pasa un cepillo por los hombros. Té queda bien, le dice. Pero Alberto está pensando en otro uniforme. Está pensando en Malvinas. Mejor no pensar en aquello, se impone. Y le sonríe a Lili. A Alberto no le gusta esta ropa desecha por su cuñado, un tipo al que desprecia. La camisa, el traje, los zapatos tienen el olor de ese tipo. A Alberto le cuesta disimular una incomodidad que se le parece al asco. Finge una sonrisa y aplomo. Besa a su mujer, y sale a la calle, a esa entrevista.


Cuando volvió de Malvinas, Alberto estaba en la mitad de su carrera de administración de empresas, era empleado de una metalúrgica y esperaba casarse con Lili. El insomnio, las convulsiones apenas conciliaban un poco el sueño, lo convirtieron en la sombra del que había sido antes de la guerra. Alberto abandonó el estudio, perdió el trabajo. No obstante, Lili siguió a su lado. Luis, su cuñado, le prestó uno de sus taxis. Luis trabajaba en una financiera. Luis siempre ganaba cuando muchos, como él, Alberto, perdían. Luis es ambicioso, lo justificaba su hermana Lili, pero no es mal tipo y tiene un corazón de oro. A pesar de que Alberto no sacaba nada con el taxi, se casó con Lili, que era secretaria en la Municipalidad. Cuando los taxis dejaron de ser un negocio rentable para su cuñado, los integró a una flota con radiollamada. En más de una ocasión Alberto tuvo entredichos con el encargado de la flota, un policía retirado. Alberto terminaba las discusiones agachando la cabeza. No podía morder la mano que le daba de comer, la mano de su cuñado. Tenía que aguantar. Y aguantó quince años. Hace unas semanas Lili le dijo que era hora de que largara el taxi. Se estaba arruinando el cuerpo y los nervios. Alberto había aprendido en Malvinas que el cuerpo y los nervios son una sola cosa, pero no lo dijo. Lili le contó que había hablado con su hermano. Luis tenía algo para él.


Entre indulgente y patriarcal, su cuñado lo invitó hace un par de días a tomar un café en un bar de la City. A los treinta y cinco, le dijo su cuñado, se puede empezar de nuevo si se considera la vida como un renacimiento permanente. La filosofía de Luis, pensó Alberto, venía de esos libros de management y autoayuda que respaldaban su actitud de ganador. En la financiera de unos conocidos suyos precisaban un empleado de confianza. Por la ropa para la entrevista, le dijo Luis, no tenía que preocuparse. Los dos eran, más o menos del mismo talle. Y Luis disponía de un montón de pilchas que ni usaba. Esta camisa, esta corbata, este traje, estos zapatos que lleva al bajar del subte, subir a la superficie, caminar por el centro. Antes de entrar en el edificio, Alberto se mira en el reflejo de una vidriera. Ese que ve es un pariente lejano de sí mismo. Levanta la punta de la corbata, la huele. No soy yo, piensa. Le repugna el perfume de Luis, su envase. Lo atiende un ejecutivo de personal, lo hace pasar a su despacho. Alberto completa una planilla mientras el otro revisa sus documentos. Vos estuviste en Malvinas, lo mira fijo. Alberto tarda una eternidad en contestar. El ejecutivo busca ser condescendiente. Vos sabés, le dice. Y se corta. No digo que sea tu caso, se justifica, pero todos volvieron medio loquitos. Yo no tengo nada que ver con la decisión de la empresa. El ejecutivo le retira la planilla, le devuelve los documentos. Son órdenes de arriba, se disculpa. Alberto se para. El ejecutivo echa hacia atrás el asiento, como presintiendo. Alberto se le tira encima, lo golpea. Agarra un cenicero, lo arroja contra la pantalla de una computadora. El otro aprovecha la oportunidad para huir. Alberto levanta una silla. Destruye todo lo que ve en el despacho.


Cuando entran los tipos de seguridad, Alberto está sentado en un rincón, llorando, desnudo