lunes, 1 de febrero de 2010

Argentina: doscientos años de soledad

El diario de mayor circulación mundial de habla hispana es El País de España. En él escribía nuestro Tomás Eloy Martínez. Ayer fallecido, luego de soportar un terrible cáncer, y hoy en nuestro recuerdo.

La siguiente fue su última obra publicada en este periódico donde trata de explicarle a las personas de otras latitudes quiénes somos los argentinos, qué país es este tan entrañable como incomprensible.

Se los adjunto para tratar, nosotros también, de comprender un poco más. Vaya, también, como un sentido homenaje:

Historia no es sólo aquello que se cuenta del pasado; es también, y a veces sobre todo, el relato de lo que se omite, de lo que queda en los márgenes. En mayo de 1910 Argentina celebró el primer centenario de su emancipación de la Corona española. Pocos meses después, el adolescente Juan Domingo Perón fue llevado por su abuela paterna al Colegio Militar de la ciudad de San Martín, donde estudió amparado por una beca de misericordia. Venía de un hogar inestable, errante, y en el colegio descubrió el único modelo de familia que conoció en la vida. Se dijo que si aquello era bueno para él, también debía ser bueno para el país.

Con esa escena empieza el siglo XX en Argentina. Tres décadas más tarde, cuando alcanzó el poder, Perón puso en práctica las lecciones de disciplina y orden que había aprendido en la milicia. Organizó el país en torno a la figura de un líder fuerte, carismático, cuya palabra era ley. Si bien esos dictámenes dependían de la aprobación de instituciones formales, como las dos cámaras del Parlamento y las cortes de justicia, las instituciones respondían por lo general a los designios del líder. A ese modelo jerárquico y autoritario pueden atribuirse las alternancias civiles y militares que se sucedieron a partir de 1955 y que cerraron el camino a todos los proyectos de desarrollo. Desde entonces Argentina se convirtió en un campo de batalla entre facciones que se disputaban fragmentos de poder y que obedecían, todas ellas, a diferentes caudillos únicos intolerantes con las ideas de los otros. Cada uno de esos caudillos, a su turno, fue debilitando las instituciones, estimulando formas de corrupción cada vez más sofisticadas y más sometidas a la voluntad de quien estuviera al mando.

El peronismo domina la política argentina aun desde antes de que Perón regresara de su exilio en Madrid en 1973. Con el paréntesis de las dictaduras militares -que trataron, en vano, de aniquilarlo- se ha mantenido en el poder de una manera u otra hasta hoy y es posible que siga prevaleciendo durante otras dos o tres generaciones. Nadie, sin embargo, sabe con certeza qué es el peronismo. Y porque nadie sabe qué es, el peronismo expresa el país a la perfección. Cuando un peronismo cae, por corrupción, por fracaso o por mero desgaste, otro peronismo se levanta y dice: "Aquello era una impostura. Este que llega ahora es el peronismo verdadero". La esperanza del peronismo verdadero que vendrá está viva en Argentina desde hace décadas, como si se tratara de un imposible Mesías que iluminará el fin de los tiempos, cuando el país recuperará la grandeza de una vez para siempre.

Argentina, así, se ha ido tornando impredecible, un enigma ante el que se estrellan todas las respuestas. ¿Cómo imaginar el futuro inmediato, la celebración del segundo centenario de la independencia entre las brumas de un país a la deriva? Las instituciones siguen inestables. A diferencia de lo que sucede en Chile y Brasil, cuando un gobierno sustituye a otro, los técnicos y los cuadros medios del gobierno que se va son desalojados y reemplazados por funcionarios promovidos menos por sus méritos que por afinidad de intereses con el caudillo de turno. Así se derriban proyectos elaborados durante años, se ponen a prueba otros y las buenas experiencias acumuladas se derrochan. El seleccionado argentino de fútbol es una eficaz metáfora del país. Algunos de sus jugadores se cuentan entre los mejores del mundo y los clubes europeos pagan fortunas para tenerlos en sus planteles. En Europa deslumbran pero en Argentina fracasan. Se pasean desorientados por los campos de juego, después de que demasiados entrenadores les han dado directivas opuestas. La grandeza está en la imaginación de todos. Nadie parece resignarse a los límites de la realidad.

También el periodismo pierde la calma. Si el gobierno se crispa, si los humores se enardecen, el periodismo lo imita: se divide en facciones efervescentes, sordas a las razones de los bandos opuestos. El periodismo debería releerse a sí mismo. Muchos de los intereses y principios que defiende y predica hoy son inversos a los que defendía ayer.

A partir de lo que aparece ahora en la superficie de los hechos se vislumbra la silueta de un futuro más bien opaco, que en nada se asemeja al del primer centenario. En 1910 el gran Rubén Darío escribió un largo "Canto a la Argentina" impregnado de una imbatible fe en el futuro. "¡He aquí la región del Dorado, he aquí el paraíso terrestre,/ he aquí la ventura esperada!" La voz del gran Juan Gelman se oscurecía en 2004 al entonar su propio canto a la Argentina: "Cuando el dolor se parece a un país / se parece a mi país. Los/ sin nada envuelven con/un pájaro humilde que/ no tiene método".

En toda la despoblada extensión de Argentina se oyen tambores de guerra. La batalla por conservar el poder o por arrebatarlo es a vida o muerte. Sindicatos adictos al gobierno contra sindicatos adversarios; piquetes contra piquetes. Las calles de las grandes ciudades han entrado en ebullición. La justicia se mueve a paso lento, tratando de proteger las instituciones. Gracias a la justicia, el mejor legado del gobierno Kirchner no se ha perdido en el polvo de las reyertas. Los imperdonables crímenes de la dictadura, los robos de recién nacidos en cautiverio, las torturas despiadadas, los vuelos con prisioneros a los que se arrojaba vivos en el océano y en el río de la Plata, no van a quedar ya sin condena y sin memoria.

Que se haya recuperado la dignidad vuelve aún menos explicable que la educación agonice degradada en sótanos de negligencia que medio siglo atrás parecían imposibles. La influencia de la Iglesia, que ha sido siempre un poderoso factor de regresión e intolerancia, no cesa de crecer. La prédica de los últimos tiempos trata de llamar la atención sobre el escándalo de la pobreza, pero no recuerda que por la pobreza mueren cientos de madres adolescentes en abortos clandestinos y que la mortalidad infantil supera el trece por mil.

Todos los diagnósticos sobre Argentina del futuro inmediato son pesimistas, porque el país pone sus esperanzas muy en alto, evoca las grandezas del pasado y sigue creyendo en una superioridad que las dictaduras militares convirtieron en polvo.

Vale la pena entonces, volver los ojos y preguntarse dónde está ahora Argentina. ¿En qué confín del mundo, centro del atlas, techo del universo? ¿Argentina es una potencia o una impotencia, un destino o un desatino, el cuello del tercer mundo o el rabo del primero?

Siempre se creyó que Argentina estaba en un sitio distinto del que le habían adjudicado la geografía, el azar o la historia. Pero nunca hubo tanto divorcio entre la realidad y los deseos como en estos últimos seis años. Ya en 1810 una de las obsesiones argentinas era alcanzar la grandeza. Lo que ahora obsesiona al país es el miedo a la pequeñez. Para evitar ese derrumbe, se oye repetir una y otra vez: Somos grandes, estamos entre los grandes. La única lástima es que los grandes no se dan cuenta.

"Estamos llamados a iniciar una nueva era", escribía Juan Bautista Alberdi en 1838. Y después Sarmiento, Mitre, Martí, Roca, Darío: todos se sumaron al coro, todos esperaban que la grandeza se manifestara de un momento a otro. ¿Dónde estábamos entonces, en qué lugar? Éramos un inagotable cuerno de la abundancia: los ganados y las mieses se derramaban por los costados.

Hacia 1928, las estadísticas señalaban que Argentina era superior a Francia en número de automóviles y a Japón en líneas de teléfonos. A fines de 1924, el poeta nacional Leopoldo Lugones proclamó que los militares eran los "últimos aristócratas" del espíritu y les exigió que, espada en mano, ejercieran su "derecho de mejores", con la ley o sin ella y emprendieran cruzadas para imponer un "orden nuevo". Las sucesivas cruzadas de los "aristócratas del espíritu" -que culminaron en la guerra de las Malvinas, en los campos de concentración de la dictadura y en los cementerios de desaparecidos-, precipitaron el país en un desastre para el que todavía busca salida.

Pertenecer a lugares a los que sólo Argentina cree pertenecer; imaginarse árbitro, mediador, factor de decisión en pleitos a los que no ha sido invitada: tales son las antiguas maldiciones de la nación, los signos alarmantes de un destino descolocado. Los países del primer mundo se distinguen, a grandes rasgos, por tener seguros de desempleo, escasa o nula mendicidad, bajísimo índice de mortalidad infantil, educación laica, gratuita y obligatoria. Y trenes. Sobre todo trenes. Los trenes (más que cualquier otro medio de transporte) son el termómetro de cuándo un país anda bien y cuándo no. Vaya a saber por qué, pero la modernidad se mide a través de vagones puntuales, frecuentes y limpios, como lo descubrieron los alemanes del este cuando cayó el Muro y pudieron viajar, deslumbrados, en la segunda clase del expreso Francfort-Hamburgo.

Mucha de la infelicidad argentina nace de una lección que la realidad siempre contradice. A los niños se les enseña en las escuelas que son hijos de un país grande acechado por desgracias de las que no es responsable. Nunca le será fácil alcanzar la dicha a un país que cree tener menos de lo que merece y que desde hace décadas imagina que es más de lo que es. "¿Cómo se vive allá, en América Latina?", me preguntaba un amigo cuando volví del exilio. Argentina no estaba, entonces, en América Latina sino en ninguna parte: ni en el continente al que pertenecía por afinidad geográfica ni en la Europa a la que creía pertenecer por razones de destino. Estaba, como quien dice, en el aire. Lo peor es que cuando tenga que bajar, no sabrá dónde.

9 comentarios:

Jime dijo...

ESTO: "La influencia de la Iglesia, que ha sido siempre un poderoso factor de regresión e intolerancia, no cesa de crecer. La prédica de los últimos tiempos trata de llamar la atención sobre el escándalo de la pobreza, pero no recuerda que por la pobreza mueren cientos de madres adolescentes en abortos clandestinos y que la mortalidad infantil supera el trece por mil."

Está MAL. después si querés discutimos porqué- Con Eloy nunca lo voy a poder discutir por razones obvias.

luego, los países desarrollados no tienen poca o nula mendicidad y no tienen poco desempleo, si son capitalistas y pongo como ejemplo a Estados Unidos, tienen buenos empleos, buenos salarios, pero como capitalistas funcionan muy bien con un gran desempleo. De eso se trata el capitalismo, funciona perfecto con gente marginada. Por cierto que en los mismos la educación SECUNDARIA es gratuita, porque la UNIVERSITARIA que es digamos la que te abre oportunidades que no conocías es absolutamente paga y cara, y a demás, si venís de una escuela "laica, gratuita, blablabla" en un país de primer mundo, no podés acceder a una buena universidad. NO PODÉS por el sistema de puntos que tienen ellos, y porque se reservan la admisión.


El resto del artículo es aceptable.

un abrazo Luichi!

jime

ElFlaco dijo...

Me quedo con este parrafo
"Historia no es sólo aquello que se cuenta del pasado; es también, y a veces sobre todo, el relato de lo que se omite, de lo que queda en los márgenes. "
Con respecto Eloy la verdad no lei nada, pero es buen momento para buscar alguno de sus libros y sumarlos a mi biblioteca no ?

Mai Puvin dijo...

Adhiero al primer párrafo de ElFlaco.

Un abrazo.

Claudio G. Alvarez Tomasello dijo...

Con que simples palabras nos pinta como sociedad.
Excelente elección, Luis.

Flaco:
La novela de Perón y Santa Evita son imperdibles.

Daniel Os dijo...

No le perdono haber muerto. Su obra no estaba terminada, no fue un Benedetti ni un García Márquez… consagrados que dieron todo. A Eloy le faltó una década más, con todo lo que tenía para decir no se podía morir todavía.
D.

SERALE dijo...

Recomiendo "Santa Evita". Es muy buena, es una novela històrica donde se juntan verdades y mitos, donde el mito para el autor es parte de la historia.
Por otro lado el destino del cuerpo de Evita es una METAFORA del paìs, ambos sin destino.
Eloy Martìnez en los años sesenta pensò que el peronismo podìa ser fuente para relanzar la literatura, y vaya si lo logrò.
Tambièn recomiendo "LA NOVELA DE PERON", son dos obras magistrales, pero sobre todo SANTA EVITA...

Un abrazo Luis

Sol - Estaré siempre dijo...

Para mi el escrito es excelente... Creo que era un gran conocedor de nuestra Argentina y de nosotros en cuanto a sociedad y pensamiento...
Quizas solo me baso en lo poco que leí... pero seguire las sugerencias de las personas que han comentando que parecen saber y mucho y ello hace que sume a mis conocimientos basicos.
De todas maneras, es una pena su muerte!!!
Besos Luis que alegría volver a saber de vos!!!
Un beso enorme a tu flia!!!!

Fransisquet dijo...

Visto desde afuera (España), me parece increíble leer cómo se ve a Argentina. Desde acá parece que las cosas no pintan tan mal. Mis amistades argentinas me hablan (comparando con España) que viven en un tercer mundo y a mí me enoja. No cuestiono si el escritor tenía razón o no, simplemente, me cuesta creer que la situación argentina pinte tan mal como la describe.
Es muy duro abrir los ojos y descubrir una verdad que te no te niegan, sino te ocultan, desde que eres chico, en la escuela, y después en los medios de comunicación... simplemente parece que Latinoamérica no existe, que Argentina no existe, simplemente para dar noticias de sucesos. Lamentable.

Julieta dijo...

Es muy lamentable y esta constante amargura es una de las razones por la cual mucha gente de acá va a vivir a tu país, Fransiquet